En vísperas de mi regreso a Ciudad Juárez, a menos de 9 horas de pisar mi terruño, región polvosa, y con gente de esa que amas hasta la tumba, me voy entusiasmado por haberme percatado de lo mucho que he aprendido.
Para empezar, que San Luis Potosí me recibiera como la azotea del mundo, el asiento incómodo de roca que las nubes escogieron para posarse. Humedad, frío, y mi tos de perro para enmarcar el momento. Agradecido por tan buena compañía, mis dos hermanos que elegí en esta vida.
De los primeros y pocos museos, alcobas del saber que visitamos. Paradójicamente: el museo nacional de la máscara. Para darnos cuenta de que lo de menos es el material, adornos, o figuras de aquella cara que oculta quien somos, y que en realidad, siempre cargamos una máscara con nosotros. Mi misión de viaje, del eterno viaje de la vida: quitar las envolturas, los falsos rostros que me cubren en capas, y descubrir debajo de todos ellos, mi rostro original.
Entender de pronto lo hermoso del viaje, y por lo que realmente valen la pena los pies hinchados, el hastío de andar, a veces sin rumbo, y las ganas incontrolables de dormir para siempre: las sorpresas que nos deparan a la vuelta de una esquina; aquellas por las que volveríamos sin dudar a un lugar como San Luis. Buena comida, excelente ambiente, y una mejor compañía. El placer de la sorpresa, y de recibirla juntos.
Y lo que realmente vale la pena, es cierto, se comparte. Compartir la caminata, una buena conversación, una comida. Compartir con nuestros compañeros de viaje, y compartir con uno mismo: con mi lengua, con mis tripas, compartir mi respiración, tan fisiológica con lo trascendental de la meditación. Mis dos mundos, mis dos grandes amores: mis amigos y familia, y mi mundo interno de la experiencia surreal de la mente.
Compartamos pues, un tatuaje de henna:
La culminación, excusa y motivo del viaje: El Encuentro Internacional de Yoga. Motivo de gran liberación, de purificación del morbo y de deshacerse de la percepción del cuerpo como un pecado, como algo sucio que debe ser, si bien le va, ignorado, y en el peor de los casos, flagelado hasta la muerte. A "SER libres" nos llama el Yoga.
Pero bien dicen que todo por terminar se acaba. Y para sintetizar el Congreso, lo haré desde dos perspectivas: Si habla mi obsesivo interior, diré que el evento dio mucho que desear respecto a logística, pero fue más que perfecto en contenido. No juzgar a un libro por su portada.
Y de ser hasta 6, quedamos tres, y la bellita se nos regresó en el camino. Es interesante descubrir quiénes son buenos compañeros de viaje, y cómo armas un equipo de vida, listo para hacer una hermosa producción de cine arte con tu cotidianidad. Uno, el ordenado, el agenda, el schedule de viaje. Otro, el que entiende siempre en dónde estamos parados, y a dónde hay que ir, la brújula y mapa humanos del equipo. Y quien aporta el lado humano, menos mecánico y robótico del órden y la ubicación: el espíritu del disfrute y de la contemplación de la belleza. Mejor trabajo en equipo no pude encontrar. Mucha luz ¿no? Y estos dos robotitos, autistoides, extrañaron a la princesita empática, y tuvieron que aprender solos a vislumbrar y vivir la belleza, el Zen del momento.
Y aprender a mimetizarse, a pasar desapercibidos, a dejar de ser turistas y convertirse en parte de la cotidianidad. Andar en sus calles, contemplar las manifestaciones sociales resguardadas por granaderos, los porros, clásico de las capitales. A usar a nivel PRO uno de los sistemas de metro más concurridos, caóicos, y (aún así) funcionales del mundo entero.
Y recordar también que sufrir es también vivir, que a cada quién nos tocó cargar nuestro corsette, quizas de por vida, tal como Frida, que a través de mirar en su propio corazón, descubrió lo que nos es común a todos los seres humanos: el sufrimiento, el dolor desde el día en que nacemos. Eso la hace sublime, pues transforma lo más precario en algo bello, estético y profundo; eso la hace una artista universal.
Yo tan Frida, tan intuición y espíritu, y tu tan Diego, tan pragmático y aterrizado. ¿No? A veces también pasa al revés.
Gracias Frida, eres mi otra hermanita...
Como peregrinación, para una manda tal vez, llegamos como buenos fieles hasta la casa que pisara Su Santidad el Dalai Lama, representante del vilipendiado Tíbet, ícono de la quizás única gran religión que puede jactarse de no haber usado la espada como herramienta de construcción de sus pilares, sino sólo dos valores a seguir: Sabiduría y Compasión.
Y ante un altar tan hermoso, un honor meditar en la sala donde, de acuerdo al juguetón anunció, cientos de Budas se preparan...
Y la peregrinación no termina. No se trata sólo de honrar la coronilla de mi cabeza, ideales y trascendencia, sino el piso que tocan mis pies, mis raíces y origen, mi tierra madre. Es así como nuestros pasos nos llevan hasta Teotihuacán, la gran urbe de los Dioses. En el tumulto de los viajeros de todo el mundo, y en fechas del equinoccio de otoño, excusa de reunión en las pirámides para una gran concurrencia de freaks y newagers con sahumerios, ropas blancas, taparrabos, plumas y silbatos de jaguar: ahí entre tanta gente, nos saluda el padre Pirámide del Sol, al fondo, majestuosa, alta, otando al paisaje a su alrededor sin nada que le estorbe la vista. Aún antes de que yo la alcance, ella ya se percató de mi llegada, y me contempla con sus brazos abiertos.
El reto y la magia de alcanzar su cima, mitológica obra de las manos de fieles a la tierra. Tarea que comparto con mi hermana, mi cuñado y Leonel...
No pareció tan difícil ¿Cierto? La verdad es que llevo años preparándome para subir a la cima de La Pirámide, y ahora, después de la labor de toda una vida, llegar ahí es de lo más natural... Y eso que tengo vértigo, ansiedad por la inmensidad frente a mí.
Y parados sobre la pirámide lunar, desde ahí observamos el universo entero, o bueno, una representación de él en lo que sería un mandala teotihuacano...
La pirámide de la luna, tiene truco: es necesario meditar al descender. Al subir no es evidente, pero al bajar es cuando todo sucede. Los escalones son muy angostos y bastante altos, por lo que quien padezca de un poco de vértigo sólo verá una pendiente exageradamente inclinada, y se le antojará para caer rodando por ella. No se puede tratar de adelantar pasos: la única forma de bajar (y creo que su construcción fue intencional) es mirar UN paso a la vez. Meditar en cada escalón que pisas, justo en ese momento, ni adelantarte, ni voltear atrás. Teotihuacanos ¡Qué bárbaros!
Y Leonel se despide de la ciudad de los dioses, y de su compañero de viaje. Hasta pronto, little man.
¿Qué singular? Como una pirámide, el viaje en el que estuve completamente acompañado, de pronto me dejó solo, ahí, en la cúspide contemplándolo todo. Es verdad: al final, siempre estamos solos, el dilema egocéntrico, siempre estoy en mí. Aprender a compartir, y al mismo tiempo a caminar por la senda individual. Somos uno, y somos dos... Somos un infinito número de individuos aglomerados, pero solos, a fin de cuentas: tal como el Distrito Federal, urbe de contrastes, tan densamente poblada y a la vez, con individuos tan solos, perdidos entre la multitud. Tan cosmopolita y al mismo tiempo tan selvática (en su estilo de vida y en sus extensísimas áreas verdes).
Y así, comprendiendo mi contemplativa soledad, recae sobre mi cabeza el decidir a dónde ir, cuándo comer, cuándo descansar. Priorizar mis pasos. Muy diferente a la compañía, que nos pide consideración hacia nuestros compañeros de viaje: a sus deseos, sus necesidades e intereses. Pero no es así ahora. Y me veo aquí, de pronto, sentado en Chapultepec, en el audiorama In Xochitl in Cuicatl (en la flor, en el canto). Así lo llamó Salvador Novo, para describir un rinconcito musical de contacto con la naturaleza: casi un jardín secreto.
¿Y qué más me encuentro por aquí? El monumento a los míticos Niños Héroes (que ni eran niños, ni fueron héroes. Es más: Serios historiadores aún dudan de su existencia). Una mera historia de patriotismo, con semidioses que prefieren tirarse con su lábaro patrio, antes que entregarlo al extraño enemigo (extranjeros, vaya). Pero bueno ¡Viva México ca'ones!
Y no se puede viajar sin encontrarse con uno mismo. Con la propia naturaleza, que en mi caso, no es más que la tendencia de ser capaz de encontrar en la gran urbe enormes espacios de reencuentro con la naturaleza, áreas no violentadas por la actividad humana. Y literalmente, sentirme como San Francisco de Asís, meditando bajo un árbol y rodeado de los hermanos animales.
Tocar tierra, el mudra Bhumi-sparsha del Buda, que pide a su pasado el testimonio de su práctica de liberación. El arraigo, tan importante para un árbol para poder crecer alto. No hay liberación sin un trabajo que te anteceda, sin una cultura, un contexto histórico, ancestros, aquellos que representan todo lo que eres: la base de tu idiosincracia, lenguaje, estructuras de pensamiento, habilidades y "áreas de oportunidad" (por no decir, de tus pendejadas). Eso es la Historia, la Madre, nuestras Raíces. No podía tener un viaje completo sin encontrarme con todo esto, y qué mejor que el Museo del Instituto Nacional de Antropología e Historia, con una escultura muy ad hoc:
Ahí me encuentro con el Padre Sol, que clama por la sangre de sus hijos: tiene sed de nuestros corazones, que poderoso, toma entre sus manos.
Y la Madre Coatlicue, la de falda de serpientes, tántrica por excelencia. En ella reside la vida y la muerte, el nacer y el morir. Extrañamente, tiene su escandalosa equivalente en la religión hindú: Kali. Ambas, temibles y rodeadas de muerte, nos chingan la existencia. La Madre impregna en nosotros todas nuestras pulsiones y temores, introyecta en lo más profundo de nuestros corazones todo aquello que nos hará batallar por el resto de nuestros días. La Madre es castrante, nos niega a ser todo aquello que no es el Yo con el cual nos identificamos, terrible sí, pero también nos nutre. La Madre nos da vida, aunque nacemos muertos de su vientre, destinados a decir adios a esta vida, tarde o temprano. Coatlicue nos muestra la dualidad de la vida, y nos recuerda que esa realidad que nos carga en brazos es la misma que un día nos quitará la vida y la existencia, y que al final, nada muere sin nacer, y nada nace sin morir. El clisé del ciclo sin fin. Teme a la Realidad, porque es tu Madre. Ama a la Realidad, porque es tu Madre. La Castigadora y la Protectora, Bella y Cruel.
Finalmente me atrapó la lluvia, de esas nada comunes en el DeFectuoso. Y como un espectáculo en sí mismo, la gente sale de las salas de exhibición del museo para hipnotizados ver tremendo torrencial, una escultura viviente, no fabricada por el hombre...
Para el pobre y limitado arqueólogo-antropólogo, quien debe obedecer el status quo y no claudicar de los rígidos estándares que la Historia como ciencia impone, estas figurillas son meros jugueteos de alfareros, sin tomar a consideración la profunda filosofía mística que las envuelve, literalmente, tenemos dos cabezas...
Y como esperando mi visita, me topo con la exhibición de
Visiones de la India. Pinturas del sur de Asia, del San Diego Museum of Art. Manuscritos, álbumes y hojas sueltas con grabados budistas, jainistas e hinduistas, una colección de 700 años(Me dio en mi pata de palo). Por una casualidad del destino, el INAH se preparó para mí, y me recibió con amor en su exhibición, cierre perfecto para mi viaje de interiorización, y como un serendípiti, pude visitar a la India en México.
Y finalmente, la plaza que me vio escribir esta visita, viaje a la región más transparente, aunque dude si yo mismo me refiero al Distrito Federal, o al silencio de terminar contemplando una ciudad en la soledad y la meditación, a la morada de mí mismo. Sin conocer a nadie, me integro al contexto urbano, y guardo silencio ante la voz que viene de mi interior.
Y así me despido de la ciudad de locos, y "¡hasta pronto!" le digo a todas las luces urbanas, a la brisa húmeda, para decir hola a mi ciudad y a mi gente.